Concepto y técnicas
Adolf Hitler había comprobado los efectos que produjo el bombardeo propagandístico durante la I Guerra Mundial. Ya durante esos años, mantenía la firme convicción de que la propaganda poseía una enorme capacidad persuasiva y movilizadora. Hitler fue un amplio conocedor de unas técnicas, que, por otra parte, se encontraban ya definidas teóricamente desde la primera gran guerra. Pero, no sólo la empleó como medio para conseguir sus objetivos, aún más, basó toda su estrategia en la propaganda.
Su primera acción consistió en modificar el sentido peyorativo que había adquirido el término en los años posteriores a la I Guerra Mundial. Se puede decir, en este sentido, que su primera acción propagandística consistió en infundir en las mentes alemanas un concepto positivo de la propaganda.
Se entiende por propaganda la acción sistemática reiterada, ejercida por medios orales, escritos o icónicos, sobre la opinión pública, con una finalidad persuasiva, principalmente mediante la sugestión y técnicas psicológicas similares, para imbuir una ideología/doctrina o incitar a la acción mediante la canalización de actitudes y opiniones, al presentarse la realidad tergiversada, seleccionada e interpretada con un reduccionismo valorativo y una carga emocional. La propaganda se mueve en una estructura sociocultural determinada, sin la cual no pueden comprenderse sus repercusiones psicológicas y culturales.
En esta definición se recogen las líneas básicas en que se sustenta la propaganda.
La acción sistemática y reiterada consiste en la repetición hasta la saciedad del mensaje. De esta forma, no sólo es necesario limitar la elección aludiendo a argumentos de una sola postura sino reiterándolos constantemente: el ministro de la propaganda, Joseph Goebbels, pronto toma conciencia de la importancia de esta técnica.
Son cuantiosos los medios que puede emplear la propaganda. Pero, más que los escritos, el régimen nazi empleó con mayor insistencia los orales y los icónicos, “la fuerza de la palabra” que repitiera Hitler constantemente, la importancia de sus discursos orales, los mítines masivos, los mensajes radiofónicos y todos los símbolos icónicos desplegados por los nazis.
La palabra impresa, aunque tampoco escapaba a la actividad propagandística, no era para Hitler tan importante.
El propagandista rara vez argumenta, se limita a realizar afirmaciones en favor de su tesis apelando, para ello, a las emociones. En este sentido, los discursos de Hitler carecían de una lógica rigurosa. Quizá esta es la razón por la que odiaba a catedráticos e intelectuales, porque ellos podrían desmontar fácilmente sus discursos.
La propaganda, además, presenta la realidad tergiversada. En el régimen nazi el empleo de la mentira y la falsedad fueron una constante.